El dato, no es de poca importancia, y adquiere un tono más oscuro si consideramos que estamos hablando de competencias en las que intervienen chicos de entre 7 y 13 años.
Siempre se pueden encontrar excusas para justificar la violencia, pero de lo que se trata es de reflexionar francamente y reconocer que este ambiente, a los únicos que perjudica es a los pibes.
Jugar en un gimnasio con decenas de personas gritando, implica ya una presión considerable para los chicos, y esta es mayor si entre esas voces, cada pibe puede distinguir a la de su mamá o su papá agragando nervios y desesperación frente a cualquier jugada en la que el "nene" tenga la pelota cerca. ¿Cuántos chicos vemos llorando en la cancha, y cuánta de esa angustia se evitaría si los grandes nos mordiéramos la lengua antes de pedirles cosas que están más allá de sus posibilidades?
La pasión por el fútbol es difícil de manejar, y hasta el más sereno de los hombres se desata en un final de dientes apretados, pero el punto central en esta cuestión, es entender, y no perder nunca de vista, que del otro lado también hay pibes jugando al fútbol, y no enemigos.
Es difícil encontrar el punto medio, pero en eso los clubes deberían asumir sus reponsabilidades.
Es muy triste ver chicos de 7 u 8 años que cuando la pelota y el referí están del otro lado de la cancha, se acercan a su rival a intimidar con pechazos, puntapiés y codazos. Esa cultura de la falsa guapeza, sólo nace de la mente de un grande, que le enseña al pibe que ganar es lo más importante, y que cualquier medio es válido para eso. Las frustraciones de los grandes, terminan depositadas en las mentes de los pibes, y el daño es tremendo.
Lamentablemente, ante ese tipo de "educación deportiva", muchos padres prefieren el silencio. El temor a las represalias o incluso el propio convencimiento, transforman en normal una situación, que analizada con rigores pedagógicos debiera ser escandalosa.
El fútbol es hermoso. Que nuestros pibes crezcan jugando a la pelota entre amigos es maravilloso, y por eso es tan importante proteger esta actividad de las conductas que la distorsionan y la convierten en una guerra.
El espectáculo vergonzante de ver a gente adulta pidiendo a un pibe que lastime a otro, no puede pasar desapercibido. En estas situaciones, el primer lastimado es el agresor, que incorpora a sus "conocimientos", la idea de que la trampa y la violencia pueden ser el camino para conquistar el éxito.
Defendamos la alegría del fútbol. Nuestros pibes merecen el esfuerzo.
"Nuestra historia primera se nos pierde en la neblina. Según parece, estábamos dedicados no más que a partir piedras y a repartir garrotazos.
Pero uno bien puede preguntarse: ¿No habremos sido capaces de sobrevivir, cuando sobrevivir era imposible, porque supimos defendernos juntos y compartir la comida? Esta humanidad de ahora, esta civilización del sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, ¿habría durado algo más que un ratito en el mundo?"
(Eduardo Galeano)
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